Desde la ermita de la Regalina en Cadavedo, Asturias.
Desde la ermita de la Regalina en Cadavedo, Asturias.

No sé si vosotros estaréis tan sorprendidos como yo por la forma en que tenemos las personas de considerar a alguien famoso. Con famoso no me estoy refiriendo a personas con prestigio como un buen actor, escritor, deportista, sino a lo que hoy denominamos famoso con mayúsculas. Vamos, que sí, que estoy pensando en Cristiano Ronaldo o Messi. ¿Quién no los conoce? ¿Acaso te puedes mover por alguna parte del planeta y no tenerlos a ellos como excusa para entablar una conversación?

El concepto famoso es muy maleable. En él caben desde Einstein a Belén Esteban. Podemos medir su grado de fama por su aportación a la cultura universal, por los minutos que aparecen en televisión, por los goles que meten y… por el número de seguidores  que tengan en Twitter o en su canal de Youtube.

El nuevo tipo de famoso que estamos comenzando a observar tiene como atributo diferencial que se mueve como pez en el agua en las redes sociales. Son capaces de aumentar su cuenta corriente haciendo mención de algún producto o saliendo en alguna foto con la última prenda de moda de aquella marca que parecía destinada a satisfacer los anhelos consumistas de la plebe, pero que los ultrafamosos también llevan. Por comodidad, no porque les hayan pagado por salir en una foto con ella puesta.

Nos hemos dado cuenta que tener seguidores en las redes sociales es algo que se puede monetizar, así que podemos comprarlos (alguien se dará cuenta tarde o temprano de que son falsos) o bien podemos intentar ganar seguidores mediante otras estrategias.

La más directa naturalmente es generando contenidos que interesen a la gente, pero para eso hace falta talento y esfuerzo. Así que si tienes dinero puedes contratar un servicio para que automatice la gestión de tus redes sociales de manera que se oriente hacia la captación de seguidores.

Oh my cloud

Mary Beard, la reciente ganadora del premio Princisa de Asturias de Ciencias Sociales 2016  escribió un artículo en su blog de The Times donde, tras su paso por Asturias y la visita a diversos colegios y centros educativos, no se sentía ya tan pesimista respecto a la batalla que parece que están perdiendo las humanidades frente a las ciencias. El trato recibido y las actividades culturales programadas, le hicieron pensar que realmente la gente tenía interés seguir aprendiendo sobre historia antigua y que no era momento de tirar la toalla.

Un tuit que no habla de tecnología
Un tuit que no habla de tecnología

Como ya habréis observado por la calidad de mis artículos y tuits, no tengo precisamente muchos seguidores, así que me extrañé de recibir varios «me gusta» en un tuit que no habla de tecnología. Revisando quién había marcado como de su gusto la entrada en el blog de Mary Beard, me encuentro con que las interacciones vienen de los perfiles de Twitter de varias empresas relacionadas con el mundo de la tecnología y los servicios en la nube (cloud services).

Un bot, querido Watson

¿Qué ha pasado aquí? Pues que están utilizando algún tipo de software de automatización de interacciones en redes sociales con el objetivo de ganar seguidores. De esta manera, al dar a «me gusta» en tuits de personas que tienen catalogadas como pertenecientes al mundo de la tecnología, y además relacionadas con su nicho específico de la computación en la nube, esperan que por lo menos, el tuitero aludido se sienta intrigado por ver los perfiles de quien muestra preferencias favorables hacia sus aportaciones. Con esto se persigue acortar la distancia e intentar establecer alguna relación comercial, o por lo menos dejarse ver y que se tenga como referencia.

Lo que ocurre en este caso es que se ha conseguido el efecto contrario: no se ha analizado el contesto del tuit, simplemente se ha categorizado a través de la palabra «cloud» y se ha visto que detrás de ese perfil no hay una persona, sino un bot. Ojo, no estoy diciendo que sea ilícito ni malo utilizar la tecnología para conseguir seguidores y posibles clientes, pero algo me hace desconfiar de una empresa que ha optado por deshumanizar lo que nació para ser algo puramente humano como son las redes sociales.


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