Lo recuerdo bien porque aquel día era el décimo aniversario de Telecable (2005). Salíamos de una conferencia donde el ponente nos había puesto sobre aviso: «Dentro de diez años estaréis vendiendo servicios diferentes a los actuales o no estaréis. Os podéis quedar en meros ‘transportistas’ de la información o si no, tendréis que plantearos entrar en la guerra de los contenidos». El evento lo había organizado la casa como detalle especial de la efeméride. Los dires y los representantes de los accionistas (HC y Cajastur) ocupaban las primeras filas. Ya sabéis que en un evento de este tipo nadie se atreve a ponerse en primera línea. Las formas son lo que tienen.
Pero el hombre no se quedó ahí. También nos dijo cómo serían los nuevos servicios que podríamos ofrecer: «los usuarios querrán tener su biblioteca musical en algún sitio en Internet y pagarán para que se la organicéis«.
Pensad que estábamos en un época en el que ni el iPhone ni Spotify existían. Aquellas palabras sonaban poco menos que a ciencia ficción. La palabra «nube» no se usaba para identificar a esos supuestos servicios que tendríamos que desarrollar y que se ofrecerían directamente desde Internet. Nuestro negocio era tirar cable, instalar cacharros en casas y empresas, que la gente viese la tele, que hablase por teléfono, que navegase por las páginas web de Internet. ¿Cómo se atrevía este hombre a darnos lecciones? ¿Qué sabría él de las dificultades que supone poner una telco en marcha?
El tiempo le está dando la razón. Bueno, a medias. La empresa sigue en pie dando beneficios y sí, hay nombre para aquello sobre los que nos prevenía. Son los servicios «over the top«. Se trata de ofrecer lo mismo que ya conocéis de sobra, la tele, la voz, todo por Internet. Al final, todo son ceros y unos que se pueden convertir en una imagen, en una conversación, en un libro.
Lo que el ponente llamaba «transporte», se convirtió en «autopistas de la información» y hoy son «tuberías tontas» por las que viajan los datos a toda velocidad, pero vistas cada vez más como un elemento necesario pero, según se mire, con menos valor para el usuario final. Algo que se debe mantener «neutro«.
Seguramente habéis oído hablar de Netflix, el servicio de pelis y series por Internet que lo peta. Sí, yo también estoy suscrito y me parece excelente. En una brillante jugada de presión hacia los «carriers» (las empresas que ofrecen servicios de Internet, visto desde su punto de vista como meros porteadores o transportistas), Netflix publica un listado de aquellas empresas que, según su criterio y medida, ofrecen mejor calidad para disfrutar de su servicio. Obviamente la presión viene de poner encima de la mesa 57 millones de usuarios, que pueden estar dispuestos a cambiar de operadora de Internet si tienen a Netflix como prioridad.
Este ejemplo refleja muy bien lo que nos quería decir aquel hombre. ¿En qué serán capaces de convertirse las empresas de telecomunicaciones? ¿Serán un factor más a valorar por el usuario cómo cuando vas a comprar un coche si consume gasolina o diésel? ¿El concepto mismo de digitalización, por el que texto, imágenes, vídeo y audio, se convierten en ceros y unos acabará de algún modo polarizando el futuro empresarial, bien en «tuberías tontas» o «generadoras de contenidos»?
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